Y hoy toca escribir sobre ella, que además de ser mi mamá, con el amor y orgullo que eso implica, es una persona extremadamente fuerte. Claro, ninguna mujer débil iba a sobrevivir en una casa con 6 varones (5 hijos y un esposo) aguantando el olor a pata, las peleas y una edad del pavo tras otra. Si tengo que definirla con un adjetivo no puedo, tendrían que ser más. Valiente, fuerte y frontal.
Ojo, no las escribo al pedo, no. No es el "mi mamá me mima" de memoria.
Ella era la encargada de parar las hemorragias, consolar la fracturas, acompañar y apañar una que otra cagada hecha por sus hijos. Y nunca se quejó, nunca afrontó un problema con espíritu derrotado. Todo lo contrario, si había algún problema, iba de frente, sin dudar, como sabiendo que ninguna situación la iba a quebrar, siempre.
Ni siquiera hace varios años, cuando esa palabra odiada por muchos, se plantó en la puerta de casa con sus maletas llenas de miedo y tocó timbre. Le diagnosticaron cáncer de mama. Ella siempre hizo los deberes, controles todos los años y gracias a eso se detectó a tiempo. Y como si nada nos dio la noticia. Un día nos contó que tenía cáncer de mama, como quien dice "tengo gripe". Minimizando la enfermedad. Venciéndola antes de empezar la batalla, ganando desde el pensamiento, desde el vamos.
Y así pasaron varios meses, madrugando y acostándose en una camilla debajo de una máquina que ataca al cáncer. Nunca se quejó. Ni siquiera cuando la operaron y le extrajeron esas células descarriadas.
Días después llegué a la casa de Petro y así, como si nada, me comentó que ya estaban los resultados. Disimuladamente me senté en el apoyabrazos de un sofá y atiné a decir "Ahhh.. y?". "Y nada, es benigno, es una boludez" soltó fiel a su manera de decir las cosas. No había más que decir, no soy ella, no tengo esa fortaleza y mientras miraba el piso,
disimuladamente lloré.